Escondan a Ningúo

El Calo Medina

(Con la melancolía clásica navideña)


—Escondan a Ningúo, que su tía viene subiendo.

Y salíamos mi hermano y yo, como guardianes de Cerbero, a tomar al pobre animal para guardarlo en el balcón del apartamento. Apenas si se dejaba, cual reo acostumbrado al encierro injustificado, gruñéndonos las desgracias de haber nacido perro.

Nadie hubiese pensado que la vida de ese cachorro tejón, Dachshund -o perro salchicha, en cristiano-, terminaría siendo tan degenerada, tan desquiciada. Su imagen, que yace ahora únicamente en fotografías, no devela el misterio que fue en vida. Ésta, fugaz relámpago de 9 años que atrajo tanto alegrías como desgracias, dulce compañía familiar, así como aterradores episodios de mordidas, llegó a ser mi propia vida.

Ningúo nació un 24 de octubre de 1984. En Chacao. El cuarto de siete cachorros. Comprado como regalo por mi séptimo cumpleaños. Con tan sólo 3 meses de vida, entró una noche visiblemente perdido, olisqueando el piso de granito e interrumpiendo con felicidad nuestra existencia. E interrumpiendo también “La Estrella de la Fortuna”.

El nombre ya lo habíamos pensado antes de su llegada. “Ningúo” no significa nada; simplemente es el sonido que emitía un famoso personaje de cómic japonés cuando combatía a los villanos, que a nuestros oídos sonaba de esa manera: “¡ningúo, ningúo!”. Tiempo después solíamos otorgarle al perro distintos nombres, variantes del de pila, como “Gúo”, “Ningu”; o hasta otros que nada tenían que ver con el original, en un claro ejercicio dadaísta, como “Amampeta”, “Chicarón”, entre otros.

Pasados los primeros años en completa normalidad, Ningúo comenzó a vivir como un enajenado mental. Con escasas salidas a la calle, mimado hasta el cansancio y azotado cuando se revelaba al poder establecido del hogar. Aunque fue vacunado contra la rabia, nada de efecto le hizo aquélla, pues se la pasaba arrecho las 24 horas del día. Fue cuando descubrió que sus colmillos servían para algo más que comer. Comenzó así a morder sin justificación alguna.


(La inservible vacuna)


Mordió el cuello de un gordo que era componente de una banda de rock de mi primo Rubén, ex Laberinto, y ni echándose café en la herida –mi abuela enfurecida por gastarlo en semejante circunstancia-, pudo detener la hemorragia. Atacó en la yugular a mi padre, en plan de juego dominguero. Le sacó un tajo de carne al pie de mi hermano. Mordió a Marcos, el amiguito gallego que venía a estudiar a la casa. Masticó varias veces las nalgas de mis primas, y de paso, mordió en la boca a su propio dueño: siete puntos en el Hospital de Clínicas Caracas.

Y es que Ningúo nunca tuvo novia. Su vida sexual comenzó el día en que una modelo de poca monta visitó mi casa para que mi madre, fotógrafa de profesión, le sacara un pintoresco portafolio. Al ver semejante hembrón posando en su propio terreno, fue en busca de aquello que más le apetecía: un culo.

Culo. Culos y más culos. El Ningúo no se lo pensaba dos veces para meter su largo hocico en los culos de los visitantes, familiares y hasta viejitas Testigos de Jehová. Yo, que tengo todavía su viva imagen grabada en mi mente, recuerdo cómo empezaba a temblar cuando olía un culo. Néctar dionisíaco. Cocaína de alta pureza para su fría nariz. Ningúo abría los ojos desmesuradamente cuando inhalaba el olor de los traseros. Y luego suspiraba, saboreando la esencia fétida de las cloacas personales. Y cerraba los ojos. Éxtasis…

Ningúo tuvo una corta carrera como modelo. Tomando Coca-Cola. Y en esas andanzas de superficialidad laboral en la que le dábamos a probar de todo, se topó un día con las pepitotas, con las que desarrolló una relación amor-odio indescriptible. Al lamer una pepitota, Ningúo entraba en otra clase de trance. Más tribal, por así decirlo. Pues el perrito comenzaba a balancear su cabeza, casi a manera de reverencia frente a un Dios polinesio. Y de ese balanceo llegaba a bajar la cabeza al ras del suelo, en una suerte de rito. 


 (En su faceta como modelo de la Coca-Cola)

Y ya con 4 años, puedo decir que era un Rock Star Dog, un antihéroe canino, todo un personaje. No sólo por haber consumado una relación homosexual con un perro marico de un amigo llamado Juan, un lindo cachorro Golden que llegó a desvirgar, sino por seguir el mal camino de los estupefacientes, al encontrar tirado en el suelo del balcón un juego de química llamado “Quimilab”, propiedad de mi hermano. Así, fue internado varias veces en una clínica veterinaria ubicada en Cotiza, la mayoría de las veces por sobredosis de Nitrato de Amonio.

Lo confesamos. Nosotros fuimos culpables de su deterioro mental. Y por ende, del nuestro. Mi hermano y yo nos convertimos poco a poco en las putas de Ningúo. The dog’s bitches. Y hacíamos shows porno, poniéndonos calcetines gastados en uno de los pies para dejar que Ningúo satisficiera sus necesidades con aquella extremidad. El resultado: una completa erección del pene canino, dejando al descubierto un chorizo ignominioso de color morado sanguinolento (muy parecido a la cara de Freddie Krueger). Y de limpiar el charco de semen se encargaba mi abuela. Que en paz descanse.

Sus últimos días. El cómo Ningúo se fue de esta tierra, es uno de los episodios que más me cuesta relatar. Porque aún recordando su vida con la gracia y la simpatía que merece una mascota, su muerte todavía me es del todo incomprensible. Pues sepan que Ningúo representó para mí un verdadero amigo, y sin ánimos de poner sentimental este relato, ese amigo se fue de mi vida sin darme cuenta. Dos eventos desencadenaron su muerte. Uno, el haberse intoxicado nuevamente con el bendito juego de química. Esta vez, Sulfato de Aluminio. Éste le redujo la boca del estómago, provocándole vómitos por dos semanas. Y en plena etapa de convalecencia, Ningúo fue más allá de sus perversiones, pues una tarde y encontrándose solo, tuvo el irrefrenable impulso de fornicar, con una botella de vidrio de Pepsicola. Imagino la habrá tumbado y posteriormente intentado penetrar; pues lo único que recuerdo es llegar a casa, encontrar a Ningúo en el suelo, con mucha sangre alrededor, y a su lado, la botella con el pico roto.

 (Una de las tantas factuaras por hospitalización)

Hospitalizado nuevamente, Ningúo no se recuperó nunca. Y fue sacrificado. Mi hermano, con lágrimas en los ojos, volvió de la clínica diciéndome que “se quedó dormido y no sintió nada de la inyección que le pusieron”.

Adios, amigo. A oler culos en el cielo.

P.O.: Dicen que Ningúo sigue estando de pie, pero como modelo disecado en la Facultad de Ciencias Veterinarias de la UCV en Maracay.

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