Poodles

Eloi Yagüe



Odio a los poodles pero nadie debe saberlo. En mi edificio he contado 18. Puede que haya más. Ladran mañana, día y noche. El ladrido es punzo–penetrante como un picahielo, taladra mis oídos, me altera los nervios. No puedo prepararme psicológicamente pues no tienen hora fija para ladrar. Ni tampoco motivos aparentes. Puede estar todo en calma y de pronto se manda uno a ladrar, quién sabe por qué. De inmediato se incorpora otro, y otro y otro. Enseguida hay un coro de ladridos como cuchillos cortantes rasgando la tela de mi tranquilidad.

A veces los veo, cuando sus dueños los pasean. Se ven entonces tan inofensivos, caminando por la acera al final de una correa. Son de pelo ensortijado, algunos blancos, otros grises, pocos negros. La cara es simpática, rematada en un gracioso hociquito. A los niños les encantan, se detienen a acariciarlos, le piden a sus mamás que le compren uno. No se imaginan siquiera lo que esconden estos pequeños y malvados animales. No revelan su carácter monstruoso a simple vista, hay que estar cerca de ellos para conocerlos. Volveré a mi apartamento con la certeza de que en cualquier momento comenzarán su enloquecedor concierto.

Yo sé que ladran sólo para herir mis tímpanos. Ellos saben que no los amo y se turnan para torturarme. Pero ya me he decidido: voy a liquidarlos. Acabaré con ellos de una forma definitiva. Pensé al principio en torturarlos pero los agudos chillidos me volverían loco. No, debo ser astuto y sobrio. Los mataré silenciosamente, sin darles tiempo a proferir siquiera un gemido. Sí, eso será lo mejor. Ahí vienen otra vez. Ya empezó uno a ladrar en el edificio de enfrente. A los pequeños malvados no les gusta estar solos y hay algunos dueños desgraciados que los dejan en el apartamento y se van a trabajar todo el día. Esos son los que más ladran. Me refiero a los perros, no a los dueños. Los animalitos exigen mucha atención, son tremendamente absorbentes y algunos de sus amos no se han dado cuenta, se dejan esclavizar por los pequeños monstruos. Por lo tanto he considerado aprovechar para matar algunos dueños también. Por ser tan imbéciles de tener una mascota y no atenderla adecuadamente. Y por escoger perros tan ruidosos como compañía. Ahora consumo mis noches en vela urdiendo la manera en que llevaré a cabo mis planes. Ya los ladridos no me dejan dormir, me han producido un incesante insomnio. Es como si los llevara por dentro. Todavía no se me ha ocurrido nada, pero ya se me ocurrirá. Ah, ahí empiezan de nuevo…

2 comentarios:

Julieta Buitrago dijo...

¿No puedes visitar mi edificio algún día? ¡Te convertirías en héroe! Serías más grande incluso que Cruela Devile!

Anónimo dijo...

Mi vecino tiene un perro que se cree lobo... Creo que sí llevas acabó vuestra empresa, voy a necesitar de vuestros servicios ok saludos