La tienda de mascotas del inconforme Dr. Aleijao

Humberto Valdivieso



There's a starman waiting in the sky
He'd like to come and meet us
But he thinks he'd blow our minds
There's a starman waiting in the sky
He's told us not to blow it
Cause he knows it's all worthwhile
He told me:
Let the children lose it
Let the children use it
Let all the children boogie

David Bowie


Cerca de las oscuras aguas del río Meta, algunos pasos selva adentro, un 19 de marzo cuando la luna iba a estar más cerca que nunca del planeta, me encontré una vez más en aquella finca codiciada por hippies, geeks, guerrilleros colombianos y aventureros europeos que habían pasado los sesenta años. Quienes tuvieron la suerte de frecuentarla la bautizaron: la tienda de mascotas del Dr. Paulo Roberto Antunes Da Silva. Un brasilero inconforme que todos llamaban Dr. Aleijao.

De su secreto esplendor no quedaba casi nada. El lugar olía a tierra húmeda y estaba en ruinas. El domo circular apenas podía verse a lo lejos. En el pasillo que daba acceso a aquella curiosa estructura había aún indicios de las vitrinas de luz ultravioleta. Ahogados entre la maleza los cuartos cónicos atesoraban, a pesar de la humedad, sus insólitos muebles de metal. En la sala central quedaban los espejos, las cadenas colgadas de la pared y algunos bancos del bar. En la oficina del doctor estaban el escritorio y siete jaulas solitarias, abiertas y oxidadas. En la superficie del edificio había orificios de balas por todas partes. Tuve miedo otra vez, ¿por qué tantos hombres y mujeres murieron al final? ¿Cómo fuimos arrastrados por el deseo de poseer, aunque sea una hora cada año, los placeres que ofrecían aquellos prodigios? ¿Cómo no quedó ni rastro de ellos?

No aguardé hasta el amanecer. De vuelta en el bote, entregado a los acordes andróginos de Ziggy Stardust que inundaban mis venas a través de los audífonos del Ipod, me dispuse a leer la pequeña libreta que encontré atorada detrás de una de las gavetas del escritorio. Dos efectos fueron inevitables: rememorar y subrayar. Primero recordé el llamado, si fue tal: “that weren't no D.J. that was hazy cosmic jive”. Apenas tenía trece años cuando ocurrió. También pensé en mi cama y los dos afiches que tanto me gustaban: aquel de Barbarella con Jane Fonda sosteniendo su arma espacial y la pregunta “Who can save the Universe?”; y el de Forbidden Planet donde Anne Francis yace desmayada en los brazos del robot junto a la palabra “Amazing”. Absorto, y ya con lágrimas en los ojos, volví mis cavilaciones hacia la tienda del doctor. Pude sentir de nuevo aquellos ojos rojos cuyo brillo intimidaba aún en la oscuridad, la exaltación insólita de las lenguas bífidas sobre mi piel y esa larga cabellera blanca que me atrajo hasta las orillas del Meta por primera vez. Al rato, la memoria se me hizo insoportable. Entonces, con torpeza, me dediqué a garabatear líneas gruesas debajo de los siguientes textos escritos a mano, en la libreta, por el mismo Aleijao:


Marzo 11 de 1975: último día en el Departamento de Genética, ESALQ/USP:

“Siento los días de septiembre colarse entre las pequeñas grietas de la pared. Son pequeños recuerdos caídos de bruces sobre mis párpados aún cerrados por intuición. Mantengo protegidos los ojos pues están enfermos de tanto recorrer puentes y subterráneos. Cubro mi cuerpo con una manta para no hacer brillar los tatuajes de mi pecho y me siento aquí, justo donde puedo ver todas las azoteas y cada uno de los cielos. 

Septiembre ha sido el principio de toda confusión. Por eso hago silencio y aparto la mirada. Imagino huracanes echando de su madriguera a perversas hormigas; de esas que llevan a cuesta migajas, minutos y segundos. Todos extraídos de mi razón”.


Abril 13 de 2007: fragmentos de las impresiones de lo observado tras el espejo del bar: 

1. Una mano inquieta, dientes que aprietan y batallan, minutos de respiros y palabras como si se trataran de flores violentas, tiempos de revolución.
2. Una garra perdida traspasa la franja que te abre y divide en dos mañanas.
3. Hojas púrpuras erizadas en el vuelo de la piel sobre la piel.
4. El olor humano las inquieta. Provoca gritos torpes. Se lubrican hombro contra hombro enfrentando lenguas y treguas sin pensamiento.
5. Una tarde en el Meta es aguacero incierto. Hay la luna sin pechos, ¿quién mira alrededor?
6. Entre la sangre todo cambia, pues alguien aproxima su frente al vidrio e interrumpe. Las miradas excusándose inician una sanación ó una inundación, pues entre las paredes hay llamas, olores, gritos, fluidos; tan grandes y sedientos que esta madrugada las monedas caerán sobre la ranura anunciando la perdición.
 

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