Engendro

José Urriola


Vincenzo Melnitchouk Anselmi no parece ser en lo absoluto uno de los hombres más peligrosos del universo. Me recibe en el sótano de un galpón industrial abandonado, en las afueras de una ciudad que jamás nombraré, aunque me encarcelen o torturen; se lo he prometido a cambio de que me concediera esta entrevista.

Antes de abrir la pesada puerta metálica de submarino que da entrada a sus dominios me hace recitar por el intercomunicador la clave secreta (mitad en italiano, mitad en ruso) que habíamos acordado. Durante tres minutos infinitos suelto de corrido, sin vacilar pero tampoco sin tener la mínima idea de qué estoy diciendo, la contraseña. Se abre la puerta y sale a recibirme un perro –vamos a llamarlo perro, pero estamos seguros de que no lo es- me huele los pies y la entrepierna con su largo hocico, y luego me enseña los dientes en un gesto que juraría es una sonrisa o acaso una mueca de burla.

—Ven Engendro, deja al hombre en paz —dice Vincenzo desde la sala.

Su voz y su aspecto son los de un hombre apacible. Flaco, demacrado, viste con un suéter de lana que le queda un par de tallas más grande, tiene la sonrisa manchada por tanto tabaco y unos ojos tristes que demuestran su insomnio incurable. Nadie pensaría que ese es el cuerpo del hombre más buscado por Interpol, el sujeto catalogado por todos los organismos de seguridad e inteligencia de los mundos conocidos como el asesino en serie más grande de la historia. Su antiguo compañero y socio, Mikel Arteta, ha sido capturado en Tiblisi hace apenas una semana y hoy mismo su ejecución será televisada en cadena a más de 400 países de la Tierra y las Colonias de ultraespacio.

—Comencemos ya con la entrevista —me dice al tiempo que se lanza sobre un sillón y me señala otro, justo al frente, donde se supone me debo sentar yo. -No tenemos mucho tiempo y aún no estoy seguro de que sea buena idea para usted o para mí hacer esto.

Pido permiso para encender la grabadora. Accede. Me siento en el sillón y Engendro se tumba entre nosotros moviendo una cola que tiene mucho de trompa y de aleta.

—Quisiera comenzar por el principio. Hablemos de Supramascotas, de sus inicios.
—Supramascotas nace con la gran crisis del virus Petkiller, cuando a finales del 2021 se escapó de un laboratorio armenio una sepa de un arma bacteriológica con la que los guerrilleros armenios pensaban ajustar cuentas a turcos y rusos. El virus, al momento de la fuga, no había sido testeado en humanos y por lo tanto no se podía prever sus verdaderos efectos. Como ya todos sabemos, resultaba inocuo en seres humanos pero era fulminante en perros, gatos, todo tipo de ganado y aves. La intención del doctor Arteta -a quien este gobierno universal de asesinos y paranoicos está a punto de ejecutar- y la mía no era otra que ubicar el punto exacto en la cadena del ADN de los animales donde el virus encontraba el espacio para alojarse e infectarlos. Lo encontramos, por supuesto, así como también en paralelo conseguimos una gama de combinaciones de aminoácidos extraídas de otras criaturas que al ser insertadas en el ADN de las mascotas los hacía inmunes a la enfermedad.
—Pero las manipulaciones genéticas están prohibidas desde el año 2017 y es un crimen que se castiga con la pena de muerte por medio de inyección letal en el cráneo, con el fin de licuar el cerebro del ejecutado…
—Así que usted es de los que hubiera preferido un mundo sin mascotas y con aún mayor hambruna.
—No, lo que quiero decir es que usted y el Dr. Arteta se estaban jugando el pellejo y lo sabían.
—Me impresiona su altísima ingenuidad y, con el debido respeto, su abismal estupidez. Todos sabemos que no es por el cargo de manipulación genética que tenemos a la mitad de la policía, los mercenarios y las Fuerzas Unificadas del planeta y las colonias de ultraespacio detrás de los talones. No me parecía que fuera usted tan poco pensante, de haberlo sospechado no estaríamos sentados aquí.

(Engendro alza la cabeza y me muestra de nuevo los dientes. No sé si se trata de otra de sus muecas o más bien el gesto que hacen los lobos al enseñar los belfos justo antes de atacar).

—No, Dr. Melnitchouk, no me piense tan idiota, sabemos que le buscan por otras razones; por algo que le involucra con la muerte de millares de personas en este y en otros mundos. Gente que ha adquirido sus supramascotas y que luego muere en las más trágicas circunstancias.
—Bueno, sigamos entonces para poder llegar a donde nos interesa. El hecho es que Supramascotas se convirtió en la única alternativa al virus Petkiller, la única respuesta que se pudo dar. Descubrimos que interviniendo el código genético de una vaca y combinándolo con el ADN de peces o insectos podíamos obtener una nueva especie de rumiantes anfibios con una carne más suave, más blanca, más sana, con alto contenido en fósforo; lo único malo es que se necesitaban grandes embalses para que sus branquias pudieran respirar… bueno y lo del regusto en la leche a pescado o a polen. Pero esos son, no lo negará, males menores. Lo mismo pudimos lograr con perros y gatos, con tan solo sustituir un 4% de su carga genética por la de serpientes o paquidermos se podía crear nuevas especies de cánidos y felinos domésticos inmunes al virus. Y eso fue lo que hicimos. A mí me sigue pareciendo, por ejemplo, que la mezcla de Schnauzer con Rinoceronte Negro nos ha permitido conocer a una criatura mucho más hermosa que cualquiera de las que haya diseñado Dios.
—Pero los gatos siameses hibridados con cobra real o cocodrilo del Nilo resultaron unas mascotas incontrolables que, en muchos casos, atacaron a sus dueños.
—Sí, como muchos pastores alemanes que mordieron la mano de quienes los alimentaban día tras día, o como tantos elegantísimos caballos de paso que le rompieron el cráneo a sus amos con una buena coz. Esas cosas pasan, ¿o acaso los hombres mismos necesitamos de algún tipo de manipulación genética para ser los inmejorables lobos de otros hombres?
—Precisamente a eso quería llegar, a las Smartpets (o Intelimascotas) diseñadas con ADN humano… que creo que es lo que nos reúne hoy aquí.
—Lamento confesar y reconocer que, aunque son la más grande obra que alcanzamos el Dr. Mikel Arteta y yo, lo de las Intelimascotas se trató de un error. Fue un accidente sublime. Le explico, la demanda en el mercado nos exigía gestar un animal de una inteligencia superior a los que estábamos produciendo. La gente se quejaba masivamente de que las nuevas subespecies de gatos y perros no eran tan inteligentes como sus predecesores. Todo el mundo había tenido un bóxer, un labrador, un poodle o un chow chow mucho más inteligente que cualquier cruce que pudiéramos crear en nuestro laboratorio. Así que comenzamos a experimentar con Golden Retrievers cruzados con monos y con delfín, o con Terriers intervenidos con ADN de cerdos y suricatos. Nada resultaba como esperábamos, hasta que decidimos utilizar material genético proveniente de la placenta de fetos malayos. Digamos que era el toque que faltaba, el único ingrediente que realmente coronaba la receta que con paciencia de dioses veníamos cocinando.
—Y entonces salieron a la venta las Smartpets y con ellas en nuestras vidas comenzó la ola de suicidios…
—A eso justamente venía, no nos adelantemos. El Dr. Arteta y yo fuimos víctimas de un error de cálculo. Nunca imaginamos los efectos colaterales de las Intelimascotas. No me refiero a efectos secundarios en sí mismas –son criaturas perfectas- sino los que acabaron teniendo sobre sus amos. De la misma manera en que el Petkiller fue diseñado para matar gente y terminó matando a los animales; las Smartpets acabaron teniendo un efecto en sus dueños que no podía ser calculado. Resultaron ser criaturas fabulosas que funcionan como antenas receptoras de la energía mental. Hágase a la idea de que son una especie de baterías orgánicas que se cargan exclusivamente de ciertas ondas y vibraciones: las emanadas por la estupidez del ser humano. Recuerde que siempre se les ha otorgado a los perros y a los gatos (y a todo tipo de mascotas) propiedades en cuanto a cómo ayudan a equilibrar las energías negativas de sus amos y del entorno. Las Smartpets hacían exactamente lo mismo, pero como reguladores de la estupidez, se cargaban de las ondas del pensamiento chatarra, absorbían toda la idiotez y sólo dejaban libres los pensamientos felices. Sus amos comenzaron a ser más inteligentes, más críticos, más pensantes y con ello llega lo inevitable: la decepción ante este mundo imbécil que nos ha tocado padecer.
—¿Y qué pasó con las mascotas inteligentes?
—Pues fueron perseguidas y erradicadas. Están extintas hoy día. Fueron aniquiladas, junto a muchos de sus amos. No puedo negar que algunos de ellos se suicidaron: el suicidio se convierte en una opción perfectamente válida cuando se es muy lúcido; pero muchos otros fueron asesinados por las fuerzas del régimen quienes se encargaron de simular meticulosamente sus suicidios. La gente inteligente, sobra decirlo, es un estorbo y un foco de problemas. Lo ha sido siempre para el poder, especialmente ahora. Había que arrasar con la inteligencia, con sus portadores y con sus fuentes. Muertas las Intelimascotas y sus dueños pensantes sólo quedábamos Arteta y yo para erradicar “el mal”. Bueno, y en pocos minutos sólo quedaré yo.
—Sí, ya en pocos minutos será la ejecución de Arteta. Se nos acaba el tiempo y yo tengo que cubrir esa noticia también o perderé mi trabajo. No sé si quiera agregar algo más, o pedir alguna última cosa.
—Soy perfectamente consciente de que más temprano que tarde darán conmigo y me ejecutarán con la misma inyección licuadora de cerebros con la que veremos hoy morir a Mikel. Lo he perdido todo, no me queda nada en la vida, ni siquiera ganas de seguir empecinándome en vivirla. Estoy cansado, ya le di a este mundo infesto todo lo que tenía. Lo único que le pido es que se lleve a Engendro con usted. Es lo único que me queda; pero prefiero no que no esté más conmigo para así no tener ninguna razón para aferrarme. Si no quiere quedárselo, por favor, le ruego que le busque un hogar donde lo cuiden. Es un ser especial, no pide mucho y aquí conmigo se está muriendo minuto a minuto. Seguro que con usted estará mejor.

Salgo por la puerta de submarino con mi grabadora y la cadena de Engendro en la mano izquierda. Con la mano libre estrecho la de Vincenzo Melnitchouk. No se me ocurre ninguna palabra para agradecerle estos instantes que definitivamente cambiarán el curso de mi vida. Me callo, mejor me callo. Nos despedimos en silencio. Faltan dos minutos para la ejecución televisada más importante del siglo.

Mientras cruzo por el puente, rumbo a la Plaza Mayor donde se han instalado las telepantallas para la transmisión de la pena de muerte, me entran unas ganas macizas de lanzarme a las aguas tóxicas del río. Un relámpago, un fogonazo de lucidez y decepción, me embarga como nunca antes en la vida. Giro la cabeza y allí está Engendro que me sonríe desde el otro extremo de la cadena.

Ahora sí que estoy seguro, el tipo me sonríe.

No hay comentarios: