Amor de perro

Kira Kariakin





—Siempre tuve la fantasía de hacer el amor con un perro, doctor.

Con esa declaración a bocajarro el médico decidió que la paciente nueva, además de estar buena iba a ser más interesante de lo común. Y la verdad es que la pinta de cursilinda le había engañado. Él le había escuchado toda clase de cosas a sus pacientes, pero luego de muchas horas de terapia. Si con ésta era así empezando, las tardes se le iban a hacer amenas. Sin tanto lloriqueo por paranoias insustanciales, cachos e indiferencias de maridos, por lo que muchas mujeres sin amigas iban al siquiatra.
Le hizo un gesto para que continuara.

—Los perros cuando cortejan a la hembra la huelen mucho, le ponen la pata en el lomo y cuando ella está más dispuesta se deja lamer hasta que finalmente levanta la cola y deja entrar al macho. Los buenos amantes no siempre cortejan, pero la lamen allí a una, los que no lo son tanto van directo a la entrada y les importa un pito si una disfruta o no. Por lo menos las perras siempre tienen los ojitos semicerrados mientras jadean pegadas a su perro. Y así es como me gusta tener la cara cuando me lo hacen, con los ojitos chinos de placer y sentir todo rico antes, durante y después de que me la hayan lamido a gusto. Pero, bueno, eso no pasaba de ser una fantasía hasta que encontré a Fido.

En este punto el doctor tuvo una erección involuntaria. Se pasó rápidamente la película zoofílica de la mujer ayuntando con un mastín. Y al tiempo que estaba excitado se sentía descolocado por la reacción tan visceral e inmediata a la sola idea. Su libreta de notas, menos mal, escondía el bulto, mientras su cara mantenía la expresión de ausencia emocional de todo buen siquiatra.

—Fido tenía los ojos color miel. Yo caí enseguida ante esa mirada acaramelada. Había entrado para comprarle comida a los peces en la tienda de mascotas de los Chang, y en cuanto le vi me sentí atraída hacia él. Y él me seguía con esos ojotes por toda la tienda. Ese fue el principio de una relación que me mantuvo satisfecha sexualmente y feliz por 12 años hasta que el pobre murió, hace 6 meses.

A la mujer se le quebró la voz y el doctor impaciente por la presión entre las piernas, no quería sino detalles, estaba harto del lagrimeo y la quejadera que llenaban sus consultas todo el día. Carraspeó y le pidió que elaborara más sobre el carácter de su relación con Fido, y para sus adentros pensó en el cliché de ese nombre para un perro.

—Bueno, doctor, con Fido supe que el amor no tenía fronteras, aprendí que es posible ser amada incondicionalmente y que las fantasías se pueden hacer realidad. O sea, no puedo describir la manera en que me sentía, totalmente arrebatada por su mirada de felicidad cada vez que yo llegaba a la casa. No bien salía del carro, estaba allí para recibirme alegre y ansioso como si no me hubiera visto en días. Increíble, de verdad.

En este punto, el siquiatra la interrumpió, le interesaba un bledo saber de qué manera se comportaba el perro como perro y le fastidiaba la cursilería de la mujer. La inquirió sobre el inicio de sus relaciones sexuales con Fido.

—Claro a eso iba. Y es que empecé a tener sexo con él inmediatamente. No sé por qué. El mismo día que salí con él de donde Mascotas Chang… Una vez dentro del carro, directo se metió debajo de la falda a lamerme, como si supiera. Increíble. Eso me impresionó y era lo único al principio. Y confieso que luego de esa primera vez, que fue como una revelación, cuando estaba sola con él le abría las piernas y él iba a eso derechito. Pero desde el principio me pareció todo bien. Natural. ¡No sabe! ¡Esos ojotes me quitaban la confusión! Sí, al principio era sólo eso, porque no podía metérmelo.

El médico asintió pensando que, claro, un cachorro, ni modo, mientras temía acabar bajo la libreta.

—De hecho me preocupaba cómo lograr que hiciéramos lo otro, el amor, sin obligarlo, porque luego que yo acababa, él perdía interés. Un día decidí hacérselo yo a él. Primero no se dejaba. Me decía que tenía problemas y que…
—¿Cómo que le decía? ¿Acaso le hablaba a usted?-—le preguntó. La mujer le miró confundida.
—¿Cómo es que el perro le hablaba? — volvió a preguntarle.
—¿El perro? ¿Cuál perro?
—¡Fido!
—¡Fido era mi marido!
—¿No era su perro?
— ¡Noooo! ¿Cómo se le ocurre? —con ese lamento la mujer se puso a llorar. Al psiquiatra se le bajó la erección de golpe y si minutos antes estaba en conflicto por sus propias reacciones a una hipotética zoofilia, ahora estaba peor.
La mujer lloraba con pequeños hipos. Y el médico en silencio y decepcionado esperaba, porque no hallaba otra cosa qué hacer. Le pasó una caja de toallitas Sutil.

Pasaron un par de minutos y entonces, ella le dijo bajito, mientras terminaba de secarse las lágrimas:

—Bueno, doctor. La verdad es que sí era algo así como mi perro. El oído profesional le puso en alerta, ya centrado y controlado por su usual disciplina. Ella continuó—: Creo que me sentí arrebatada hacia él, como le dije, cuando se presentó con ese nombre de Fido, pero es que ese no era su nombre de pila. Su nombre era Fidel, pero le decían Fido de cariño.

El doctor se compadeció del difunto, por el nombre que le pusieron y entendió mejor a su paciente.

—Y esa es mi tragedia, doctor, porque dónde encontraré a un hombre que me adore como un perro y me haga disfrutar como a una perra —dijo con un sesgo de vulgaridad sorpresivo. Él anotó algo en su libreta y le dijo:

— ¿Y no se le ha ocurrido…? —sopesó lo que iba a decir— ¿No se le ha ocurrido, seriamente, llevar a la realidad su fantasía?

—¿Mi fantasía?

—La de hacer el amor con un perro.

La mujer le miró a los ojos, mientras le preguntaba con tiento:

—¿Usted se llama Nerón, no?

El médico se supo seguro entonces. Se levantó de su butaca, se arrodilló ante ella y sin preámbulo le metió la lengua entre las piernas abiertas bajo la falda. La mujer puso los ojitos chinos mientras gemía de placer.

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